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El cuaderno rojo

sábado, 14 de septiembre de 2013


El cartero trajo un telegrama para José.

José, le agradeció al cartero, y mientras lo abría, una profunda arruga surco su frente. Una expresión de sorpresa más que de dolor. Palabras breves y precisas: - Tu padre falleció. Entierro 18 horas. Mamá.

José continúo parado, mirando al vacío. Ninguna lágrima, ningún dolor. ¡Nada! Era como si hubiera muerto un extraño. ¿Por qué no sentía nada por la muerte de su padre?

Como un torbellino de pensamientos confusos, avisó a su esposa, tomó el autobús y se fue, venciendo los silenciosos kilómetros de ruta mientras la cabeza giraba a mil. En su interior, no quería ir al funeral, y si estaba en camino era sólo para que la madre no estuviera sola. Ella sabía que padre e hijo no se llevaban bien.

La cuestión había llegado al final, el día que después de una lluvia de acusaciones, José había hecho las maletas y se fue de su hogar; prometiendo nunca más poner los pies en aquella casa.

Un empleo razonable, casamiento, llamadas a la madre para Navidad, Año Nuevo o Pascua… Se había desligado de la familia no pensaba en el padre y la última cosa en la vida que deseaba era ser parecido a él. En el velatorio: Pocas personas.


La madre pálida, helada, llorona.


Cuando vio a su hijo, las lágrimas corrieron silenciosas, fue un abrazo de desesperado de silencio. Después, vio el cuerpo sereno envuelto por una manta de rosas rojas, como las que al padre le gustaba cultivar. José no vertió ni una sola lágrima, en el corazón no podía, porque no le salía. Era como estar delante de un desconocido un extraño, un…

Se quedó en casa con la madre hasta la noche, la beso y le prometió que volvería trayendo los nietos y la esposa para conocerla. Ahora, podría volver a casa, porque aquel que no lo quería, no estaba más allí para darle consejos ácidos ni para criticarlo.


En el momento de la despedida la madre le colocó algo pequeño y rectangular en la mano.


-Hace mucho tiempo podrías haberlo recibido - dijo.- Pero, infelizmente sólo después que él se fue lo encontré entre las cosas más importantes…

Fue un gesto mecánico, minutos después de comenzar el viaje, metió la mano en el bolsillo y sintió en sus manos el "regalo".

La luz mortecina del autobús, le mostró un pequeño cuaderno de tapa roja. Lo abrió curioso. Páginas amarillentas. En la primera, arriba, reconoció la caligrafía firme del padre:


- “Nació hoy José. ¡Casi cuatro kilos! Es mi primer hijo, ¡un muchachote! Estoy orgulloso de ser el padre del que será mi ¡continuación en la Tierra!”.



A medida que hojeaba, devorando cada anotación, sentía un dolor en la boca del estómago, mezcla de dolor y perplejidad, pues las imágenes del pasado resurgieron firmes y atrevidas ¡como si acabaran de pasar!.


- “Hoy, mi hijo fue a la escuela. ¡Es un hombrecito! Cuando lo vi de uniforme, me emocioné y le deseé un futuro lleno de sabiduría. La vida de él será diferente de la mía, que no pude estudiar por haber sido obligado a ayudar a mi padre.


- Para mi hijo deseo lo mejor. “No permitiré que la vida lo castigue”.

Otra página. -”José me pidió una bicicleta, mi salario no da para tanto, pero él la merece porque es estudioso y dedicado.


- Pedí un préstamo que espero pagar con horas extras”. José se mordió los labios.

Recordaba su intolerancia, de las peleas para tener la soñada bicicleta. Si todos los amigos ricos tenían una, ¿por que él no podía tener la suya?.

- “Es duro para un padre castigar a un hijo y sé que él me podrá odiar por eso; pero, debo educarlo para su propio bien.” “Fue así como aprendí a ser un hombre honrado y esa es la única forma que sé educarlo”.

José cerró los ojos y vio la escena cuando por causa de una borrachera, hubiera ido a la cárcel, aquella noche; si el padre no hubiera aparecido para impedirle ir al baile con los amigos… Recordaba también el coche destrozado y manchado de sangre que había chocado contra un árbol… Por otro lado parecía oír sirenas, el llanto de toda la ciudad mientras cuatro ataúdes iban lúgubremente para el cementerio.


Las páginas se sucedían con cortas y largas anotaciones, llenas de respuestas que revelaban en silencio y tristeza, que el padre lo había amado con toda su alma. El “viejo” escribía de madrugada… reflexionó. Momento de soledad, en un grito de silencio, porque era de esa manera como era él, nadie le había enseñado a llorar y a dividir sus dolores, el mundo esperaba que fuera duro para que no lo juzgaran ni débil ni cobarde. Y, ahora José estaba teniendo la prueba, que debajo de aquella fachada de fortaleza, había un corazón muy tierno y lleno de amor.

La última página. Aquella del día en que había partido: -”Dios, ¿que hice mal para que mi hijo me odie tanto? ¿Por qué soy considerado culpable? “Si lo único que hice fue intentar transformarlo en un hombre de bien”.


“Mi Dios, no permitas que esta injusticia me atormente para siempre. Que un día, él pueda comprenderme y perdonarme... Por no haber sabido ser el padre que él merecía tener. ”Después no había más anotaciones y las hojas en blanco daban la idea de que el padre había muerto en ese momento, José cerró deprisa el cuaderno, el pecho le dolía… El corazón parecía haber crecido tanto, que luchaba para escapar por la boca. No vio ni que el autobús entraba en la Terminal, se levantó desesperado y salió casi corriendo porque necesitaba aire puro para respirar.


La aurora rompía el cielo y un nuevo día comenzaba. "¡Honre a su padre para que los días de su vejez sean tranquilos!” – alguna vez había oído esa frase y jamás había reflexionado la profundidad que ella contenía. En su egocéntrica ceguera de adolescente, jamás se había parado para pensar en las verdades más profundas. Para él los padres eran descartables y sin valor, como los papeles que son tirados a la basura.


Aquellos días de poca reflexión todo era placer, salud, belleza, música, color, alegría, despreocupación y vanidad. ¿No era él un semidiós?


Ahora, el tiempo lo había envejecido, fatigado y también vuelto padre, aquel falso héroe… De repente. En el juego de la vida, él era el padre y sus actuales contestaciones, no satisfacían a sus hijos. ¿Cómo no había pensado en eso antes? Seguramente por no tener tiempo, pues estaba muy ocupado con los problemas, la lucha por la supervivencia, la sed de pasar fines de semana lejos de la ciudad, con ganas de profundizar en el silencio sin necesitar dialogar con sus hijos.


Jamás tuvo la idea de comprar un cuaderno de tapa roja para anotar una frase sobre sus herederos, jamás le había pasado por la cabeza escribir que sentía orgullo de aquellos que continúan su nombre. Justamente él, que se consideraba el más completo padre de la Tierra. La vergüenza casi lo tiro con una lección de humildad. Quiso gritar, intentando abrazar a su padre para abrazarlo... Encontró solo el vacío.


Había una raquítica rosa roja en el jardín de su casa, el sol acababa de salir.


Entonces, José acaricio los pétalos y recordó la mano del padre podando, y cuidando todo con amor. ¿Por qué nunca percibió todo esto antes? Una lágrima brotó como el rocío, y levantando los ojos para el cielo dorado, de repente, sonrió y se desahogó en una confesión:


“Si Dios me mandara a elegir, ¡Juro que no querría haber tenido otro padre que no fueras tú, papá! -Gracias por tanto amor, y perdóname por haber sido tan ciego.
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